A diario, ustedes, chicos, se encuentran con que hay temas que preocupan a la comunidad en la que viven y que afectan especialmente a adolescentes y jóvenes: como los temas relacionados con el alcoholismo, la violencia, la sexualidad o también los fracasos en la educación.
1) En primer lugar, hay que definir el tema sobre el que se va a investigar. Para esto hay que informarse, leer los diarios, hablar con gente –compañeros, la propia familia, vecinos- y tratar de descubrir las cuestiones que preocupan. Inclusive se puede armar un abanico de temas, ordenarlos jerárquicamente según un criterio de importancia y seleccionar uno de ellos.
2) Después viene la formulación de la hipótesis. ¿Qué es una hipótesis?: es algo que se quiere demostrar. Por ejemplo, si decimos que la aparición de “tribus” urbanas de adolescentes que se visten de determinada manera, usan un mismo dialecto para comunicarse y ocupan ciertos ámbitos de una comunidad, se debe, por un lado, a la tendencia al aglutinamiento y a la identificación colectiva que tenemos los seres humanos en esa edad, y por el otro, a la falta de contención familiar y social para los adolescentes, estamos planteando una hipótesis.
La función de la hipótesis será guiarnos a lo largo de la investigación, hacia su demostración. En ese camino, puede que tengamos que reformularla, enfrentar de otra manera el problema, pero igual nos va a servir.
3) Lo que sigue es la investigación propiamente dicha. ¿De dónde sacamos los datos, la información que nos sirva para llegar a demostrar la hipótesis? Toda investigación se sirve de fuentes que proveen el material con el cual se va a trabajar. Hay varios tipos de fuentes: personas, instituciones, documentos científicos, archivos, libros. Ustedes van a tener que indagar en no menos de tres (en realidad, cuantas más fuentes utilicen, mejor porque más rigor, más objetividad va a tener el informe).
Un error que a veces se comete es “bajar” directamente información de Internet: aparte de que no todo lo que se halla en Internet es confiable, se debe citar siempre el documento y la página web que se consultó. De hecho, muchos periodistas se sirven de fuentes de Internet, pero se aseguran de que la información que proveen sea realmente confiable.
Algo muy interesante es el trabajo con estadísticas porque lo cuantitativo ayuda a objetivar la realidad. Por ejemplo, se puede sostener que los chicos que van a nuestra escuela tienen déficit de oportunidades de lectura, pero la afirmación será más contundente si realizamos un sondeo acerca de qué y cuántos libros leen por año y volcamos esos datos en un cuadro.
4) El paso siguiente es la redacción del informe: aquí se debe utilizar lo que se conoce como “superestructura argumentativa”. Es decir, van a tener que exponer el problema, plantear la hipótesis, llevar a cabo una argumentación y al final, decir si se cumple o no la hipótesis que se habían planteado.
El título del informe, en lo posible, debe ser creativo. Muchos periodistas de investigación prefieren títulos que son paráfrasis de títulos de novelas o películas –recordemos, por ejemplo, aquel título de “Operación masacre” que utilizó Rodolfo Walsh-.
Al exponer el problema, pueden elegir libremente por dónde comenzar, si por un testimonio, un dato revelador, un interrogante, etc. Después pueden incluir otras tramas textuales, como la narrativa, la descriptiva o la conversacional, según si van a contar una historia, a describir algo o a trazar el retrato de alguien, o a transcribir una conversación.
En la argumentación propiamente dicha, si bien se trata de sostener una idea, es mejor no opinar ya que la información debe valer por si sola y la rigurosidad de los datos es la mejor garantía de esto. Los periodistas profesionales opinan a través de lo que se conoce como subjetivemas, que son adjetivos o sustantivos que se colocan, a lo mejor en el título o en un subtítulo, y que contienen una evaluación acerca del problema. Por ejemplo, “masacre” en aquel título de Walsh.
Más allá de esto me parece sustancial recalcar que la lectura es fundamental. No se puede ser un buen periodista si no se es también un lector, no sólo de diarios sino también de novelas, de ensayos, de poesía. Es un error pensar que con la televisión o con Internet basta. La lectura nos proporciona saberes, estrategias y competencias únicas, que son herramientas para interpretar la realidad, para “leer” el mundo y hallarle sentido.